Curiosidad. Una historia natural, Alberto Manguel. Almadía: México. 2015.

por José Luis López Torres

Estiman mal los que me dejan fuera:
cuando de mí huyen, yo soy las alas;
soy el que duda y soy la duda

Ralph Waldo Emerson, Brahma

 

Entre las virtudes que nos ayudan a desarrollarnos, no sólo como individuos sino como colectividad, se encuentra, por excelencia, la curiosidad. En ella se integran la duda, el acto de indagar y la imaginación misma, complementos inherentes del conocimiento. Ser curioso es ser hambriento, y sin esta hambre constante nuestra ‘verdad’ es absoluta, saciada, y ¿no es esta saciedad, de algún modo, soberbia? Si alguna vez se ha preguntado qué es lo humano, o conoce a un ser curioso por estas mismas cuestiones, es recomendable presentarle a Alberto Manguel, que nos trae el libro: Curiosidad, una historia natural. El libro es para explicar y preguntarse, es para descubrir e inspirarse, y sobre todo para sembrar en nosotros la curiosidad, que para Manguel es el «medio para declarar nuestra pertenencia al género humano». Esto es lo que me ha parecido el hilo central que cohesiona las temáticas contenidas en este sorprendente ensayo.

Cada capítulo es una pregunta. Antes de responder con gran erudición a través del resultado de vastas lecturas, el autor se apropia de unas pocas páginas en cada capítulo para contar una breve historia sobre su pasado que, al mismo tiempo, es el planteamiento de esa misma pregunta. Esas anécdotas nos comparten aquello que precipitó sus dudas. El hombre que le leía a Borges en su ceguera, Alberto Manguel, difícilmente los decepcionará con Curiosidad, una historia natural, cuyos pasajes son el resultado de años de lectura.

Al igual que Dante emprendió su viaje por el Infierno acompañado de Virgilio, Manguel asciende o desciende a través de la historia humana acompañado de eruditos, científicos y artistas para descubrir lo esencial que ha sido la curiosidad para nuestra especie. Cualidad que, como el mismo autor advierte, corre peligro ante la apatía. Vaya desgracia, pues ha sido la curiosidad la raíz de nuestro progreso.

Curiosamente, nos es tan natural esta virtud que vivimos con ella desde nuestros primeros días en este mundo. El autor nos muestra, con esta obra imprescindible y sin edad, cómo las preguntas tan básicas que nos hacemos desde niños nos pueden llevar a grandes descubrimientos. Así el libro inspira al joven a alimentar su espíritu como al adulto a redescubrir el mundo, e inspira además al investigador de cualquier índole no sólo a proseguir su oficio, sino a la innovación, a la interdisciplinariedad y cohesión de lo que antes era impensado, a cuestionar las verdades absolutas y a no pasar por alto que su trabajo siempre puede contribuir a fines mayores. Si usted ha estado buscando la fuente de la juventud, recuerde que nuestra primera actitud es siempre ser curiosos.

Dudar e indagar son actos duales, y no sólo lo vemos en las ciencias o la filosofía. Cuando Gorostiza citó en su poema Muerte sin fin la sección de Proverbios conocida como Elogio de la Sabiduría, no estaba falto de intenciones. Y aunque la cita nos parezca un tanto agresiva: «Mas el que peca contra mí defrauda su alma, todos los que me aborrecen aman la muerte», consideremos que la voz aquí es de la Inteligencia, y me parece incluso prudente apropiar de esta misma advertencia a la curiosidad, pues ¿qué es de nosotros sin inquietud? Meras plastas o acaso piedras, pues hasta las plantas parecen curiosas por extenderse en el mundo, así la enredadera palpa el tronco de los árboles para ganar altura y sol, indaga incluso con sus raíces la posibilidad de nutrirse de lo que ya ha crecido. La enredadera anda «a hombros de gigantes» para vislumbrar nuevos horizontes. De la misma manera, Curiosidad, una historia natural, se nutre del tronco de la historia humana, desde su raíz hasta las más recientes ramas de las ciencias. Nos es necesario despertar a la consciencia o, como Valery invoca en su Cementerio Marino, al «gusano que aterra» y que advierte a los apáticos: «no es para vosotros los durmientes». La comida alimenta al animal que somos, curiosear es pues alimentar lo humano que somos.

«Las afirmaciones tienden a aislar; las preguntas unen», propone Manguel en el primer capítulo que es a su vez la primera pregunta: «¿Qué es la curiosidad?», donde leemos cómo la curiosidad da pie a la imaginación, ese espacio íntimo donde se ensayan nuestras dudas y respuestas. La curiosidad no sólo alimenta la reflexión sino que nos incita a investigar para comprobar lo que creemos. ¿Realmente lo comprueba?

En la pregunta «¿Qué es lo que queremos saber?», Manguel nos trae a colación que la idea de una verdad absoluta nos reconforta pues el final es «la simulación de una conclusión». Pero el final realmente no sucede. Por ello, la curiosidad nos es y será siempre necesaria, la búsqueda constante de lo que somos y lo que el mundo cambiante es.

Si bien la temática puede espantar a ciertos apáticos, hará todo lo contrario con los curiosos del mundo. Y en este repaso de las diferentes mentalidades que han existido a través de la historia humana, negadas e incomprendidas, redimidas y exaltadas, siempre existió una intención que iba más allá de sus contemporáneos. Este libro nos invita a ensayar, errar, improvisar, investigar, reflexionar y, sobre todo, curiosear. Al autor tampoco se le escapa de la mano que hay curiosidades infructuosas, por ello ejemplifica las más loables, las que más han contribuido en beneficio a nuestra civilización, y también describe sus antítesis.

Las intenciones de Manguel en este libro van más allá de escribir el ensayo en sí, el aspecto propositivo se sugiere en diversas preguntas como «¿Qué hacemos aquí?», pero como buen curioso que es el autor, no nos limita a una respuesta o a un camino. Nos sorprende con frases de otros autores como «Dios o [en otras palabras] la naturaleza» (Spinoza) pero no impone una verdad. Manguel nos tiende la mano, nos invita a subir junto a la enredadera «a hombros de gigantes» y tomar su fruto o la semilla. Quien ofrece este libro hace lo mismo.